Desafortunado, por Julio Pérez Rodríguez
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Imagen tomada Pexels |
Tengo mil defectos, no voy a hondar en ellos, las personas que me conocen levantan crucifijos, evitan el contacto visual, se cambian de acera para no saludarme, es lo usual, me he acostumbrado, los perros me ladran al pasar, los gatos negros rehúyen topare conmigo, los pájaros tiran sus desechos directamente en mi cabeza, me he visto obligado a usar gorra o sombrero, cuando noto que hay parvada, la sombrilla es la indicada.
Me refugio en la música, lectura,
películas, invento historias, catapulto desventuras, recreo realidades
alternativas donde personas y animales me diesen la bienvenida; me pellizco
para descartar sea una pesadilla, el dolor señala que soy un tipo desechable,
una vergüenza para la familia.
Mis supuestos amigos me saludan a
lo lejos, temen que el contacto directo les traiga mala fortuna, los comprendo,
si fuese uno de ellos miraría para otro lado, haciéndome el occiso, soy el
apestado. No hace mucho caminaba distraído, iba a pasar debajo de una escalera,
la sujetaba el encargado de la obra, me hizo señas para que me alejara, rezó: ‘Jesús
bendito aleja a esta persona, que no se caiga el que está en lo alto, qué
argumentos le daría a la esposa de mi tío, por no alejar el mal, regresar a
casa lo tendría prohibido.’
En las fiestas del patrono-- San
Miguel se llama mi pueblo-- me bañé con agua reciclada, ese día no tocaba, hice
un esfuerzo sobrehumano para que de gripe no me enfermara, he tenido neumonías,
se los aseguro, no exagero, soy alérgico al agua, la tragedia se ciñe si con
jabón se contamina. Cepillarme los dientes, el dentista me lo tiene prohibido,
la pasta dental me provoca encías hinchadas, la mucosa bucal se llena de aftas,
ulceraciones en paladar y lengua irritada.
En cuanto me acerco a la iglesia
el sacristán coloca un letrero: “hoy no habrá misa, el cura se fue a un
entierro”, decido marcharme, por la puerta lateral es el acceso, comprendí que
ningún culto me reclutaría para ser fiel devoto de su credo. No me desanimé,
recorrí el barrio judío, los tenderos cerraron sus negocios, el Sabbat
quedaba lejos, ningún alma acudió a mi encuentro, giré despacio peinando la
zona, unos niños rezaban para espantar el mal agüero, no me atreví a acercarme,
las salidas de emergencia se abrieron, alejarme sucedió sin contratiempo.
La que fue mi nodriza no recibe
visitas, se la pasa encerrada, se ha aislado del mundo, se rumora que fue la
experiencia de haberme criado, mis padres trabajaban jornadas completas,
inclusive tiempos extras. Las malas lenguas han esparcido la leyenda del niño
roto, ni sus progenitores lo procuraban, los vecinos le rehuían, sus hijos
tenían prohibido acercarse a menos de diez metros.
La adolescencia transcurrió sin
grandes cambios, el acné brotaba en cara y pecho, parecía presidiario
(barrotes); las chicas hacían fuchi nada más verme, me escondía tras de unas
gafas de aro gigante, la gorra hacía lo propio con la visera caída, a burlarse
no les daría motivo, capaz que al acercarme huirían cual estampida.
Acudí con una gitana para que me
leyera la mano, por más que restregaba el estropajo no veía claro, recurrió a
la bola de cristal, inclusive echó las cartas, sin motivo alguno comenzó a
llorar, señaló la salida, pronunció firmemente: ‘aléjate de cualquier contacto
humano, la suerte no te sonríe, salvarte sería un milagro.’
Un ángel de la guarda, compungido
protestaba, no quería a quien le había tocado, se llevó las manos a la cabeza,
al borde del llanto profería: ‘prefiero lavar los baños, inclusive mendigar, ¿díganme
si hay alternativa?’. Desperté cuando leí el nombre, el susodicho me dejó a mi
suerte, se declaró incompetente de ser mi protector alado.
Dirigí una protesta formal en una
sesión espiritista, por este conducto no creo que se hagan de gorda la vista,
¿dónde estuvo el error, quien es el responsable? Mi madre me abandonó, mi padre
anda de gira artística, el resto de la familia inventa excusas, evitan
conocerme, variadas son sus excusas.
Fuego se combate con fuego, hoy
me he levantado con el pie izquierdo, lo hice a propósito, si la intuición no
me falla, sería la estrategia que me sacaría de la espiral de tragedias que
desde pequeño me acompaña. Los abuelos me enviaban juguetes, ni de broma se
acercaban, me mandaban cariñitos por video, yo me conformaba.
Una pata de conejo, un trébol de
cuatro hojas, cualquier cosa que ayudara, colecciono artilugios paganos
esperando ser favorecido, no me lo van a creer funcionó, en la pruebas de
COVID, tuberculosis e influenza salí positivo. Lo curioso es no haber tenido
molestia alguna, fui asintomático a cada uno de ellos, por fin tengo aliados,
esos bichos son mis verdaderos amigos, ahora habitan en todo mi organismo, los
alimentaré, les demostraré que cuentan conmigo.
No me preocupan las endemias, lo
aseguro sin desatino, los que a otros causan daño, se portan bien conmigo; me
dirijo al subterráneo, escojo el vagón del metro, la gendarme señala la
exclusividad es para mujeres, me orienta hacia el final de la fila. Desciendo
en la estación predestinada, un crío se aproxima sin dirigirme la palabra, me
toma de la mano, iniciamos la marcha escaleras arriba, me lleva a un callejón
sin salida, al girar se lee: calle de la amargura.
Los mosquitos por las noches
zumban cerca de mis oídos, las cucarachas se aglutinan al pie de la cama, las
arañas se introducen entre las sábanas blancas. Amanezco con ronchas, la
comezón es insensata, recurro a un cubito de hielo para calmarla.
¿Quién en sus cabales soporta
tanto? Algo estaré pagando de otra vida, la deuda deberá ser onerosa, quisiese
saber cuánto, el maltrato rebasa cualquier limite, la memoria imprescindible
para aliviar los reveses y saber por qué debo resistir tanto.
Asistí a una conferencia de niños
desafortunados, sonará a regresión, el infortunio nació conmigo, desde entonces
no me ha abandonado; las miradas se posaron en mí, era alguien desconocido en
la ciudad, la gente empezó a murmurar, un bebé inicio el llanto, le siguieron
en forma radial, fue un fenómeno poco auspicioso, tuve que abandonar el lugar.
Un mendigo se aproximó con un par
de flores, al acercármelas al instante se marchitaron, clamó al cielo el perdón
de sus pecados, era quien venía al relevo del linaje de los olvidos.
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